TENGO ESTRÍAS Y ME SIENTO ORGULLOSA
Las estrías son parte de
mi cuerpo desde el 2014, y no fue nada fácil acostumbrarme a ellas y aceptar que
no tenía otra opción más que aprender a quererlas. Tuve a mi primer hijo hace
dos años y ahora estoy a un par de meses de parir al segundo. Ambos embarazos
fueron similares en ciertas cosas, pero muy distintos en otras. Una de las
diferencias es que durante el primero, tuve muchas preocupaciones; una de las
principales era no llenarme de estrías.
Soy una mujer que se
preocupa por su apariencia física y considero la base para ello una buena
alimentación y la práctica del ejercicio; así que, desde que recuerdo, procuro
alimentarme sanamente y ejercitarme. Antes de embarazarme por primera vez, mi
vida giraba en torno a dos pilares en mi vida: mi crecimiento profesional y un
estilo de vida fitness. Y sí, no me
da pena admitir que uno de mis grandes objetivos era conseguir un vientre plano
y marcado. Estaba muy cerca de lograrlo, y me embaracé.
Mientras mi pancita
crecía para dar espacio a mi bebé, cuidé muchísimo mi piel. Utilicé todas las
cremas y los aceites que me recomendaban, porque sentía un pavor enorme de que
apareciera al menos una marquita pequeña con el nombre: estría. Cada vez que
tenía cita con mi ginecólogo preguntaba “¿Tú
crees que me salgan estrías? Y si me salen, ¿me las puedo quitar?”.
Además de que, por
condiciones de riesgo durante el primer trimestre, no tuve autorización para
hacer ejercicio, experimenté una depresión leve luego de comenzar a ver mi
vientre, mis nalgas y mis pechos estirados y rasgados. Ahí estaban las temidas
estrías invadiendo mi cuerpo para quedarse en él permanentemente y alejarlo de
ser perfecto. El hecho no me causó nada de gracia y tuve que lidiar con ello
porque, sencillamente, no tenía otra opción; era mi cuerpo, no había manera de
escapar de él, lo llevaba conmigo a todos lados.
Honestamente, fue un
proceso muy complicado para mí. No me gustaba verme en el espejo, lloraba sólo
de pensar que ya no podría usar un traje de baño y verme y sentirme sexy;
sentía incluso que mi marido se iba a desenamorar de mí. Lidié con estas ideas
locas los últimos meses de mi embarazo y durante el post parto la cosa se puso
peor.
Cuando mi cuerpo se
desinfló, pude ver realmente cómo luciría de ahora en adelante, y no me gustó
nada el resultado. No sentía ninguna motivación ni energía para volver a salir
a correr o ponerme a practicar yoga, y menos pensar en retomar mi entrenamiento
para certificación de Insanity (porque soy mega fan de Shaun T, ya les he
platicado). Pensaba constantemente porqué no fui de ese porcentaje de mujeres
que no les sale ni una sola estría durante su embarazo, ellas tan perfectas a
comparación de mí.
Dicen que el tiempo todo
lo cura y en este caso no fue la excepción, pero no fue sólo cuestión de tiempo
sino también de trabajarme internamente para volver a recuperarme como mujer. El
amor propio es fundamental y hay que aprender a sentirnos amadas por nosotras
mismas. Conforme crecía mi chamaco yo me enrolaba cada vez más en el mundo de
la maternidad, me di cuenta que comencé a enfocarme en otras cosas, sin
decidirlo; un enamoramiento indescriptible fue la razón principal. Obviamente
sigo amando a mi hijo de ya dos años, pero ustedes me entenderán que el inicio
de la maternidad (con todo y los retos propios de ser primeriza) es una etapa
en la que todo lo ves románticamente, súper cursi (bueno, yo sí).
Gracias a estos
factores, comprendí que sí, mi cuerpo había cambiado, pero era hermoso y
perfecto así, con sus nuevas características. Con sus nuevos defectos. Aprendí
a valorar cada una de mis estrías, por el significado que ahora tienen para mí:
soy madre. Y lo más importante, aprendí a aceptarme como soy. Por supuesto, me
sigue importando mi apariencia física, sigo alimentándome sanamente y haciendo
ejercicio, pero mi principal motivación para hacerlo ha cambiado: lo hago
porque amo mi cuerpo, no porque no me gusta cómo me veo.
Las cicatrices de mi
embarazo ya no me dan pena, sino que me enorgullecen. Para mí, simbolizan una
de las etapas más importantes de mi vida; mi segundo embarazo ha provocado más
estrías, y las veo con amor, porque debajo de esa cicatriz por ahora roja
porque está recién hecha, se mueve mi hijo, otro ser humano que nacerá de mí.
Mi cuerpo no tiene que
ser aprobado por nadie más que por mí. Y me encanta como es. Y cuando voy a la
playa, me pongo traje de baño y me vale madre si la gente se me queda viendo la
panza con estrías, como si fuera delito. Creo que las mujeres, debemos dejar de
avergonzarnos por esos “defectitos” que nos deja la maternidad y, por el contrario,
portarlos con mucho orgullo. Jamás quiero elegir una prenda de vestir basada en
que me tape eso que me da pena porque mi vientre ya está flácido, mis pechos
están caídos o mis caderas se expandieron después de parir. Un cuerpo hermoso
es aquél cuya dueña acepta tal cual es, con amor y orgullo, segura de sí misma
e inmune a las críticas. ¡Que vivan las estrías!
Parece que estoy leyendo mi historia
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