Dos años de Ahora que soy mamá y una gran lección aprendida





Me siento muy feliz de haber cumplido dos años con el blog. La verdad es que cuando inicié, lo hice en gran parte por una necesidad muy fuerte de comprensión porque de verdad, sentía que me estaba volviendo loca; y me reconfortó tanto haber encontrado en el mundo digital a más mujeres que levantaron la mano conmigo escribiendo palabras tan simples pero poderosas como: “me siento identificada contigo”, “te entiendo”, “estoy igual que tú”. Mágicamente, la sensación de culpa se fue desvaneciendo y se hizo más grande la sensación de apapacho.

Ahí fue donde me di cuenta de que, al menos lo que a mí me había tocado ver en mi incipiente experiencia de mamá primeriza, vivimos en un mundo en el que casi se santifica el papel de madre; y con esto me refiero a que lo ponen en un plano de perfección, abnegación y entrega total. En muchos espacios solamente se habla de lo bueno, de lo rosa, de la hermosa conexión mamá bebé, de que ser mamá es la mejor profesión del mundo, de que es la mayor bendición. Respeto algunas ideas pero, ¿y lo que yo estaba experimentando, qué? ¿No existía?  

Yo misma antes de convertirme en madre jamás escuché o vi en ningún lado cosas no tan rosas de la maternidad, y por lo tanto, no estaba preparada para eso una vez que me embaracé. Yo pensaba que efectivamente mi embarazo sería perfecto, y oh sorpresa, lo padecí terriblemente con una depresión de la que no quiero ni acordarme. Me sentía una loca porque ¡no sabía que estas cosas podían suceder y que era normal!

No se habla de estas cosas y si se hace, aún estamos en un nivel muy por debajo. Creo que esto le hace daño a muchas mujeres que en ocasiones (como yo al principio de mi maternidad) no tienen mayor acompañamiento que un blog de maternidad o algo relacionado con el tema en el mundo digital. Además, enfrentarse más allá de la propia sensación de culpa, al señalamiento de los demás con expresiones como “ay, pero si un hijo es una bendición, no hay que quejarse”, o “así es la maternidad, a aguantarse, mijita”; y todavía algo más, el dedo acusador ¡de otras mamás!

Este último es un tema que me provoca tristeza y enojo también, porque al ser madre y confirmar en carne propia que esto no son enchiladas, ¿por qué tener energía todavía para decirle a otra mamá que lo está haciendo mal? ¿O por qué, nosotras mismas, señalarla y decirle mal agradecida porque se la pasa quejándose de que no duerme por las noches? Creo que la falta de empatía sobre todo entre nosotras, es algo que provoca mucho dolor.

Cargué con mi depresión por un par de años al mismo tiempo que continuaba con mi blog, y una vez se me ocurrió publicar mi sentir. Andaba muy bajoneada y decidí compartirlo con mis lectoras por dos razones principales: primero, para desahogarme y sentirme acompañada, y segundo, para hacer sentir acompañadas a quienes en ese momento también se sintieran así, porque sé que a veces un “no eres la única” aliviana mucho el corazón.

Entre los comentarios, hubo muchas muestras de apoyo, solidaridad y comprensión; pero también hubo comentarios de otras mujeres: “yo por eso mejor no tengo hijos, para no andarme quejando”, “¿pues entonces para qué tenías hijos?”, “pero cuando abriste las piernas no te andabas quejando, ¿verdad?”

Ahora puedo decir que no me hieren estos comentarios, entiendo que vienen de parte de personas enojadas con la vida (y que tal vez ni cuenta se han dado), buscando un espacio donde desfogarse. No me lo tomo personal e incluso me da risa. Pero en ese entonces, cuando mi autoestima estaba por los suelos, me dolió tanto sentir esa falta de comprensión por parte de otra mujer.

Es ahí donde pienso en ese mundo de mujeres que son madres y que tal vez en este momento se encuentran como yo antes: deprimidas, tristes, sin entender qué es lo que les está pasando y con una gran mochila sobre la espalda, llamada culpa. ¿Qué pasa cuando estas mujeres reciben comentarios de este tipo? Tal vez se derrumban. Por eso creo que no podemos subestimar el poder que tienen las palabras.

A dos años de haber empezado a escribir en mi blog, uno de los aprendizajes más grandes que he tenido es practicar la empatía; cada mamá tiene su propia historia y todas son igual de importantes, ¿quién soy yo para señalar a la otra como “payasa, ni aguanta nada”, “espérate a que tengas dos hijos, lo que te pasa ahorita no es nada”?

Si fuéramos más conscientes del impacto positivo que puede tener un “te entiendo”, “ánimo”, “no estás sola” en el día a día de otras personas, tal vez lo practicaríamos más seguido. No es necesario que estemos de acuerdo con la forma de crianza de otras madres, o que realmente entendamos la depresión de otra, pero siempre podemos acompañarla, sin hacer preguntas imprudentes, simplemente diciéndole “te abrazo”.

Y si de plano hay con quien no estamos para nada de acuerdo, mi invitación es a pasar de largo, ¿para qué engancharse?, ¿cuál es el objetivo, ver quién gana? Me parece un desgaste absurdo de energía. Mejor pongamos más amor, más comprensión, más solidaridad. Nuestro mundo lo necesita urgentemente.

Gracias, por dos años de Ahora que soy mamá. Espero que me sigas acompañando en este viaje, sin poses, real e imperfecto.

-Karla.

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