No sólo soy mamá



Tuve un par de semanas difíciles. No sé si fue la luna, pero estuve muy sensible, llorona, emocional chipil, berrinchuda, negativa, en fin. Todas estas sensaciones anduvieron rondándome como nube encima de mi cabeza: me convertí en una dramma queen.

Esto no es novedad, sentirme así. Durante mi depresión era algo de todos los días, y ahora que voy superando esa etapa, de vez en cuando regresan estas sensaciones. La diferencia esta vez, es que me lo permití. No me sentí una loca ni me frustré ni me sentí culpable por volver a sentirme aterrorizada por mi imagen física o por lo “estancada que está mi vida ahora”; pude diferenciar entre la fantasía y la realidad, me di cuenta de que eran viajes de la mente, y me permití fluir, sabiendo en el fondo de mí, que iba a pasar. Y pasó.

Me sentí muy triste y me permití estar muy triste. Me sentí muy desesperada y me permití estar así. Lloré, ¡uf!, lloré hasta el cansancio, y qué liberador fue no atosigarme a mí misma con preguntas como “¿¡Por qué carajos me siento así?!”. Me di el gran regalo de permitirme ser. Simplemente ser.

¿Por qué cuando estoy muy feliz o tranquila no me cuestiono? No me quejo por estar feliz, fluyo con mi felicidad o con mi paz. Entonces, si la tristeza y el enojo también son naturales del ser humano, ¿por qué querer evitarlos como si fueran lo peor que a una le puede pasar? Reflexioné sobre esto y me di cuenta de que puedo crecer mucho si me permito fluir con mis luces, pero también con mis sombras. Esta soy yo, así me quiero y así me acepto.

Hoy, ya pasó el drama, y no me da miedo volverme a sentir así, porque estoy dispuesta a ser gentil conmigo, a ser mi propio apoyo y apapacho cuando esto suceda, ¿por qué no? Asumirme como responsable de mi propia vida me permite tomar esta decisión de amor hacia mí, y entender que si lloro, no es porque haya algo malo en mí, sino porque soy humana e imperfecta. Y qué bonito reconocerme así, sin pretensiones, sin exigencias, sin un “deber ser” para satisfacer las expectativas de los demás.

Hoy reafirmo, una vez más, que mi imperfección me hace humana, y al mismo tiempo, me hace perfecta, para mí, para mis hijos, para quienes me rodean. Con mucho amor, te invito a fluir sin sentirte culpable. Lo mereces.

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