Por qué debes cuidar a tus amigas, aun cuando te conviertes en madre




Cuando me convertí en mamá experimenté una revolución de emociones indescriptible. Mi vida cambió por completo y me costó trabajo y algo de tiempo (quizá aún sigo adaptándome) ir recuperando mi rutina nuevamente.

Mucho tiempo quise volver a ser yo, exactamente la de antes. Pero ya entendí que eso nunca iba a pasar porque evidentemente, ya no soy la de antes; he cambiado, ahora soy madre.

Pero el hecho de ser madre no significa que debo alejarme de las personas que quiero. En mi caso, como parte de mi depresión, me alejé de algunas amigas (sobre todo de las que no tienen hijos) echándoles la culpa a ellas: es que no me entienden, seguramente les da hueva venir a verme, claro que ellas ahorita quieren salir de fiesta, definitivamente ya no les importa nada de lo que pase conmigo, no les gustan los niños, ¿cómo se les ocurre invitarme a salir así de repente si saben que necesito organizarme con tiempo?, no tienen nada de empatía conmigo, son malas amigas por seguir con sus vidas y no ponerse a pensar en todo lo que yo estoy atravesando. Y una larguísima lista de etcéteras, era lo que yo me repetía a diario al pensar en mis “amigas de antes”.

Me enojé con ellas y me aislé. Después me di cuenta de que alejarme de la gente era algo que lejos de ayudarme, me estaba perjudicando, porque no tenía con quien compartir mis frustraciones y momentos gratos: sí, me estaba quedando sin amigas. Y no quería que eso persistiera.

Aunque a lo largo de estos años como madre, me fui haciendo de nuevas amistades que por supuesto valoro mucho, sobre todo aquellas que también son mamás y con las que pude encontrar un espacio seguro y de total comprensión; yo sabía que necesitaba reencontrarme y reconciliarme (aunque ellas ni siquiera supieran que yo estaba enojada con ellas) con mis amistades de siempre, aquellas a las que les dejé a total responsabilidad de encargarse de mí, sin darme cuenta de que yo también podía aportar algo para salvar esas relaciones.

Gracias, entre otras cosas, a mi proceso en terapia, entendí que si hay personas que quiero, pues tengo que demostrárselos. No puedo andar por la vida esperando que alguien haga algo por mí si yo no se lo comunico. Eso fue lo que pasó con mis amigas: ellas efectivamente no sabían (aunque lo intentaran imaginar) lo que para mí era ser madre, y yo por supuesto, esperaba que lo hicieran, pero como eso no sucedió, esa expectativa que yo les puse y que no se cumplió (y que no tenía por qué haberse cumplido, porque era un deseo únicamente mío que jamás les comuniqué) provocó mi enojo.

Creo que un sentimiento común entre las nuevas madres, es la percepción de que nuestras amigas sin hijos particularmente, nos “abandonan”. No voy a negar que seguramente existen casos en los que sí lo hacen con toda la intención; pero creo también que mucho de esta percepción tiene que ver con que nosotras también entramos en una etapa de ensimismamiento y hasta cierto punto, de victimización, en la que todos a nuestro alrededor “tienen que” adaptarse a nuestra nueva condición de madres. Para mí, es una creencia errónea y que, además, nos hace mucho daño.

Cuando comencé a sacudirme de esta creencia y empecé a enfocarme en cuidar las amistades que valoro (con un simple mensaje de texto), descubrí que de parte de muchas de ellas existía también duda o inseguridad de si era prudente hablarme o no. Una vez más confirmé que todo se resuelve hablando, comunicando nuestro sentir de manera asertiva y sin orgullo, sin afán de querer tener la razón en todo.

Hoy, a todas esas amigas que perduran “a pesar” de mi maternidad, quiero agradecerles la paciencia que me han tenido, porque sé que tampoco es fácil estar de ese lado porque verdaderamente no sabes por todo lo que pasa tu amiga que se acaba de convertir en madre.

La amistad, como cualquier relación, es un trabajo en conjunto; depende de que ambas partes le echemos ganas y corazón. Asumir mi responsabilidad en cada una de mis relaciones de amistad, me ayudó a recuperar amigas que pensé perdidas, y me da mucho gusto haberme atrevido a liberarme del orgullo.

¿Pensaste en alguna amiga al leer este post? Te invito a mandarle un mensajito sin pensar “¿achis, por qué lo tengo que hacer yo?”. Si de verdad valoras esa relación, yo te diría como me dice mi terapeuta, “¿qué prefieres, ser feliz o tener la razón?”

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