Recuperé mi autoestima



Mi gran logro a partir de los últimos meses del 2017 y lo que va de este 2018, es poder llegar a un momento donde con total certeza puedo decir: he recuperado mi autoestima. Ha sido un trabajo difícil, doloroso, frustrante a veces, pero al final muy gratificante. Quiero compartirte un poco más de cómo llegué a este punto.

Seguramente ya sabes que tuve depresión y estuve peleada con mi maternidad y con la vida por mucho tiempo. Tomar la decisión de tomar las riendas de mi vida no fue nada sencillo, pero no lo negocié; sabía que si lo postergaba, mi depresión continuaría y se convertiría en un cuento de nunca acabar: jamás saldría del círculo vicioso en el que yo misma me había metido hasta el fondo.


En este largo proceso he aprendido a quererme, a entenderme y sobre todo a ser gentil conmigo misma, porque la culpa nos la impone la sociedad, y nosotras la aprendemos tan bien que la hacemos parte de nuestra vida, pero una vez que esto se hace consciente, es mucho más fácil mandarla a la fregada. Como debe de ser.

Quiero compartir contigo algunas de las decisiones y acciones que tomé para poder salir de este letargo. Espero de corazón que te sirvan.

Con todo y el ruido en mi cabeza, tomé terapia. Soy una fiel creyente de que todo mundo, y sobre todo, todas las mamás de este mundo deberíamos tomar terapia. ¡Es algo súper necesario! Para entender esta nueva etapa de nuestras vidas que nos rompe en pedazos y nos reconstruye a veces mal si no tenemos el apoyo adecuado.

Ya sé que cómo doy lata con este punto pero, de verdad, toma terapia. Es un gran regalo que te mereces.

Inicié una maestría en desarrollo humano. Y te lo juro, cuando supe que se abriría un nuevo ciclo para estudiarla, jamás pensé en un objetivo profesional. Mi interés total fue estudiarla para trabajarme a mí. Y no me equivoqué: esta maestría junto con mi terapia, me está ayudando muchísimo a poner orden en todos los aspectos de mi vida.

No necesitas tal aventarte una maestría, pero sí te sugiero que busques cursos o conferencias relacionadas con temas de desarrollo humano, psicología positiva, clown, yoga de la risa, etc.

Busqué un trabajo, y lo encontré. Mucho tiempo estuve renuente a trabajar en una oficina porque estaba en contra de cumplir con un horario definido y de pasar más tiempo ahí que con mis hijos. Finalmente, encontré un lugar que se adaptó a mis necesidades, donde trabajo medio tiempo y hago algo que me gusta mucho; pero más allá de eso, lo que más agradezco de haber aceptado esta propuesta, es que ir a una oficina me dio estructura, y no sabes cómo me ayudó esto a organizar mi vida.

Contar con una rutina, con cierto nivel de estrés (el adecuado), con dead lines por cumplir, y hasta con un ingreso fijo, me permitió volver a reestructurarme, a salir del letargo en el que estaba.

Además, el hecho de convivir con otras personas y sentirme parte de un equipo, interactuar con ellos, compartir momentos, platicar, reír. ¡Uf! Volver a una oficina me regresó a la vida.

Retomé la vida saludable. Debo confesarte que me costó mucho trabajo, pero al final lo conseguí. Aunque no soy una intensa (creo), sí me gusta alimentarme sanamente y hacer ejercicio. Estos dos aspectos son pilares en mi vida y los abandoné mucho tiempo debido a mi depresión.

Me inscribí en clases de pilates, regresé a correr y me asesoré con una coach nutricional. Sí, me siento diferente, más ligera, en movimiento, con energía.

Para activarte no necesitas pagar un gimnasio, con salir a caminar, trotar o correr cada mañana es más que suficiente para que empieces a sentirme mejor contigo misma. Mover tu cuerpo permite que las cosas fluyan con mejor y mayor energía. ¡Hazlo por ti!

Me reconcilié con mis amistades. Mucho tiempo estuve enojada con mis amigas y amigos de toda la vida. Me aislé y les entregué la responsabilidad total de “asistirme” porque ahora yo era mamá y ellos “tenían que adaptarse a mi nueva vida”. Gran error que cometí pero me da gusto haber cambiado el enfoque a tiempo.


La amistad es un asunto de dos, no puedes cargarle toda la responsabilidad solamente a una parte, así que me guardé mi orgullo y comencé a retomar comunicación con esas amistades que tanto quiero y extrañaba, y poco a poco comenzamos a volver a vernos, a convivir. Claro, en escenarios distintos, de repente con hijos, o en un horario más temprano, o en lugar de la cervecita pues el café. Pero ambas partes siempre con una disposición.

Me di cuenta de que no quiero quedarme sin amigos y que de hecho, tener una vida social es una gran terapia porque ayuda no hablar todo el tiempo de pañales, mocos y berrinches.

Recupera tus amistades, valen más que cualquier tipo de orgullo o resentimiento.

Comencé a ser más honesta y leal. ¿Con quién crees? ¡Conmigo! Entender que mi lealtad está conmigo y con nadie más me permitió liberarme de muchas culpas. Esto puede interpretarse como algo egoísta, y sí lo es. Pero no en un sentido negativo. Escucharme a mí y dejar de hacer cosas por compromiso, para cumplir expectativas ajenas o para que el otro no se vaya a enojar ha sido uno de los más grandes regalos que me he hecho.


Por ejemplo, -y no me juzgues si eres católica o muy religiosa, por favor- decidí (junto con mi marido, claro) no bautizar a mi segundo hijo, porque no somos personas que profesemos realmente la religión católica. A mi primer hijo lo bautizamos porque la presión de la familia era: así debe de ser. Esta vez, con todo y el riesgo de echarme a la familia encima, decidí que no iba a hacer algo que de corazón no me nacía. ¿Y qué crees? Tanto mi marido como yo nos sentimos muy satisfechos con habernos escuchado a nosotros mismos.

Estar en comunicación conmigo misma me ha ayudado a identificar esas cosas que me gustan y las que no, y en ese sentido, tomar decisiones pensando en mi bienestar. Esto por supuesto redunda en un bienestar también para mis hijos. Porque una mamá feliz y plena, transmite cosas positivas a sus hijos. Les enseña con el ejemplo.

Entendí que hay tiempo para todo. Y en este entendido, aprendí a disfrutar cada momento. Ningún rol es un castigo, los roles en los que me desenvuelvo fueron decisiones mías, nadie me obligó, y los disfruto lo más que puedo: cuando me toca ser mamá, soy mamá, juego con mis hijos, bailo, canto, pinto, juego a los dinosaurios, sin renegar o estar pensando en lo que tengo que hacer después de que se duermen o cuando llegué papá a relevarme.

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Cuando estoy en el trabajo, estoy trabajando, pensando en mis pendientes laborales de ese día y ofreciendo toda mi creatividad para hacer un trabajo de calidad; cuando estoy con mis amistades, estoy con ellos y me entrego a las risas, a las anécdotas, al momento de compartir y disfrutar; cuando estoy haciendo ejercicio, estoy plenamente entregada a ese momento de exigencia y disfrute. Igualmente cuando estoy con mi pareja en un momento solo para ambos.

Cada momento es importante, cambia el "tengo que hacer esto" por "elijo hacerlo". Cada área es importante disfrutarla, vivirla.

Prioricé. Para mí lo más importante es tener el tiempo suficiente para disfrutar a mis hijos y que me van como una madre presente, que estuvo con ellos en sus momentos más importantes. Este punto principal es el que rige mis otras decisiones.

En ese sentido, aprendí a priorizar. Cualquier compromiso externo que pueda presentarse, tiene que valer mucho la pena para que decida aceptarlo. Ahora siempre pongo en la balanza qué me va a dejar más (no estoy hablando necesariamente en términos monetarios). Mi pregunta constante es “¿Me va a valer la pena dejar de hacer esto por esto otro?” Si la respuesta es no, no lo acepto.

Un gran reto superado para mí, que mucho tiempo no supe decir no y me llené de compromisos por quedar bien con los demás, sin verdaderamente pensar en si yo realmente quería hacerlos. Ahora ya no me sucede.


Sé, porque estuve ahí, que a veces todo lo que acabo de escribir puede leerse como algo imposible de lograr. ¿Pero sabes qué es lo único que necesitas? Hacerlo. Ni siquiera pensarlo, ni tener un plan de acción, ni decir: empiezo mañana. Hazlo nada más. Déjate llevar por el impulso de tu amor propio y de querer mejorar como persona. Te lo mereces.


Con todo mi amor,
Karla.

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